Hay días en los que no hace falta cambiar nada, tan solo nombrarlo de otra forma.
Lo que se queda atascado a veces no necesita resolverse, sino quizá ser mirado con palabras menos ásperas. El lenguaje es una piel que nos roza por dentro. Cada vez que nos decimos “no puedo”, “soy así”, “debería hacerlo mejor”, estamos dejando marcas que no se ven pero pesan. También al revés: una frase sencilla, dicha con ternura, puede ablandar algo que llevaba años en guerra.
Lo he comprobado muchas veces. En terapia, escuchando a alguien cercano, escribiendo… al tomar conciencia, en general, de cómo me hablo a mí misma cuando algo duele. Cuando uno de mis amigos dice algo duro respecto a sí mismo tengo la costumbre de parar la conversación y advertirle con suavidad: “Eh, no me gusta que hables así de mi amigo”. Esta frase suele cambiar el discurso porque, de golpe, deja entrar a la conciencia y podemos ver lo que nos estamos haciendo. Tener el mismo gesto conmigo a veces me cuesta un poco más. Sigo en el camino de nutrir mi voz interna con palabras más compasivas y amables. El camino de repetirme, todas las veces que haga falta: “Eh, no le hables así a mi amiga”.
Es fácil pillarse a una misma maltratándose incluso en el contexto de un camino de autoconocimiento. Las estructuras duras que hemos aprendido de forma inconsciente durante años y que nos castigan ante el menor “error” no se desmantelan de la noche al día, y siguen activas cuando empezamos a mirarnos por dentro. Si lo que vemos no nos gusta es fácil que aparezca esa misma voz crítica, inflexible, machacadora, solo que ahora no la corregimos porque la vemos legitimada para “llevarnos por el buen camino”, el de la transformación personal. Y no. Yo quiero ser muy cuidadosa y no utilizar ese mismo lenguaje, esas palabras-latigazo para tratar de cambiarme, porque esos dos hechos juntos, la dureza y el imperativo de ser diferente me parecen violentos. Y de igual modo que no tolero que nadie me trate mal tampoco deseo hacerlo yo. Sería una paradoja terrible emprender una búsqueda personal para reencontrarme con mi esencia y pretender hacerlo a golpes.
Cambiar el verbo o el adjetivo, acariciar el tono, dar espacio al matiz. Pasar del “no valgo para esto” al “hoy me cuesta, y está bien”. Del “otra vez igual” al “aquí estoy, haciendo lo que puedo”. Del juicio automático al gesto íntimo de comprensión.
No se trata de forzar un pensamiento “positivo”, de disfrazar lo que duele o de evadir la propia responsabilidad. Se trata de traer lenguaje vivo, suave, que cuide y acompañe. Como unos brazos abiertos que dicen: “Te veo. Aquí estoy”.
En este lunes que en Barcelona es festivo os dejo una práctica para el resto de la semana que espero os sirva para empezar a observar esas voces duras que todos llevamos dentro, a veces sin advertirlo. Me parece que es un primer paso pequeño, y a la vez muy importante, empezar a cultivar esta conciencia. Otro día os propondré un ejercicio diferente en el que dialogaremos con una de esas voces, pero por hoy, quedémonos con esto.
Práctica cotidiana #2
Observa durante el día una frase que suelas decirte (por ejemplo: “qué desastre soy”, “esto me supera”, “así no voy a ningún lado”…).
Escríbela en un papel.
Ahora, respira hondo y reformúlala con una voz suave, más amorosa, más abierta.
Pregúntate: ¿Cómo se lo diría a una amiga o a un niño pequeño? ¿Cómo se la diría a mi yo de cinco años? ¿Qué tono me cuidaría?
Algunos ejemplos, por si de entrada te cuesta verlo:
“Hoy estoy sobrepasada y necesito un poco de amabilidad”.
“No sé cómo hacerlo aún, y merezco paciencia”.
“Esto también forma parte del camino”.
Repite tu nueva frase al menos tres veces al día, en voz baja o mentalmente.
Como quien se deja tocar por un poema o recita un mantra.
Y si quieres, cuéntame con qué frase trabajaste. Me encantará leerte.
Con cariño,
Rocío
Recuerda que ahora puedes suscribirte a Un mundo blando por lo que te costaría invitarme a un té. Un precio simbólico que a mí me permite dedicar la calma y el tiempo que necesito para cuidar este espacio contigo. Desde este mes, los suscriptores de pago, además de a las cartas habituales, tendréis acceso a una carta extra más íntima, que llegará a final de mes, más la posibilidad de asistir a dos encuentros presenciales al año. El primero será en junio, ya prontito. Os dejo el enlace con el cupón de descuento aquí:
(...)"todas las veces que haga falta: “Eh, no le hables así a mi amiga”.
Este sutil gesto que suelo llevar de primera persona hacia la tercera. Darle la vuelta, girarlo desde un impulso deseado y poco habituado. ¡Buen apunte, querida Rocío! Estos días, recuperando, más que frases, silencios, como otra manera de recordarme que "no puedo ahora mismo ir más rápido". Paso a paso.
✨