El mes pasado, en una charla-concierto-performance artística que dimos en una librería, la presentadora improvisada del evento me lanzó una pregunta inicial que en general odio que me hagan, porque nunca sé cómo contestar: «¿Y quién es Rocío Carmona?». Después de dudarlo un poco, y de reconocer que la mayor parte del tiempo no tengo ni idea, contesté a Eva Sandoval y a los presentes con una frase que me sorprendió en cuanto la pronuncié: «Soy artista». Lo dije rápido, y detrás de la palabra añadí muchas justificaciones, pero el caso es que lo dije, y me pareció un triunfo íntimo que esas palabras llegaran a salir de mis labios en público.
Algunas confesiones a partir de aquí para que se entienda mejor mi asombro: tardé cuatro novelas y un premio literario en ser capaz de llamarme a mí misma «escritora». Lo que solía pasar era que si alguien me preguntaba a qué me dedicaba, yo le decía que era editora. No podría contar las veces en que un amigo, mi pareja o un familiar que presenciaba el intercambio añadía: «Y también eres escritora». «Oh, sí, también escribo», reconocía yo. Nótese el verbo. Es distinto decir que una escribe a decir que es escritora. Parece lo mismo, pero se siente muy diferente.
A partir de mi cuarta novela empecé a decir las dos cosas, porque ya me parecía absurdo no mencionarlo, pero siempre con un hormigueo en el cuerpo, bajando la vista y con cero convicción. Con la música me pasa aún algo parecido. Si miráis mi biografía de Instagram, o cualquier otra, suelo decir que canto, no que soy cantante. Creo que en la solapa de alguna de mis novelas incluso pone algo así como que “canto en mis ratos libres”. Habrá quien piense que para definirme a mí misma como cantante debería estar grabando discos y haciendo giras. Yo no lo veo así. Soy cantante (lo digo bajito aquí, donde nadie me oye) porque cantar es algo fundamental e imprescindible en mi vida. Y aun así, me sigue costando decirlo. No creo que mis dificultades se deban a un caso agudo de síndrome de la impostora, que también, porque sé que no soy la única a quien le cuesta reconocerse un espacio propio en el mundo del arte y la creación. Pienso que esto se debe a diversas razones, y voy a nombrar un par, aunque lo que de verdad me gustaría es encontrarme con vosotros, o con algunos de vosotros, que ya somos bastantes, en un café, y charlar sobre este tema tan fascinante largo y tendido. De hecho, es posible que esta carta tenga continuación, porque voy tener que dejarme muchas cosas en el tintero.
Julia Cameron habla de los “artistas en la sombra”, aquellas personas que tienen una vocación artística que por algún motivo no llegan a desarrollar. A menudo acaban trabajando como editores, traductores, críticos literarios o musicales, productores, profesores, en departamentos de marketing y prensa de industrias culturales… Lo hacen, muchas veces sin darse cuenta, como una manera de estar cerca de aquello que aman pero que no se atreven a colocar en el centro de su vida. Es posible que yo aterrizara (felizmente) en el mundo de la edición por este motivo, y gracias a los dioses he sido capaz de desarrollar ambas facetas, una de creación propia y otra acompañando el proceso de otros escritores. Ahora sé que durante años fui, como quizá tú lo eres ahora, una artista en la sombra. Y vaya si cuesta salir de la oscuridad.
Cuesta, entre otras cosas, porque la palabra «artista» viene con un doble filo que hace que a veces sea difícil de asumir. Por un lado, está la idea de que esto del arte le viene a una demasiado grande, porque es demasiado trascendental, demasiado importante como para sentirse parte de ello. Entran aquí muchas falsas creencias propias y ajenas acerca de lo que significa lo artístico. ¿Cómo voy a considerarme yo una artista como lo es X si yo no me gano la vida con mi arte? ¿Cómo voy a decir que soy artista si solo pinto estas acuarelas, si solo bailo porque me gusta, aunque eso sea lo más importante de mi semana, si solo soy una actriz amateur, si mis poemas nunca han salido del cajón de mi escritorio, si lo que yo hago no está de moda, si solo… ? Cuidado con esos “solos”, que los carga el diablo. Lo que define a un artista es, sobre todo, una forma de mirar y de estar en el mundo, y un modo propio y personal de transmitir su punto de vista, lo que siente, lo que vive y lo que ve. Lo que lleva dentro del alma. Aquello más elevado con lo que conecta. Tengas el éxito que tengas, se conozca tu obra o no, si tu vida está consagrada al arte porque crear es lo más importante para ti, porque no puedes dejar de hacerlo, entonces, amiga, amigo, eres artista. Aunque trabajes como cajero de un supermercado o ayudante de contabilidad.
El otro filo de la palabra que hace difícil asumirla es que históricamente también se la ha cargado de tópicos muy negativos. El artista tiene cambios de humor y puede ser temperamental (la primera vez que alguien me llamó artista a la cara fue un escritor valenciano que aplaudió mi espantá después de dar un concierto en Barcelona, del que me marché sin saludar al público y con un cabreo monumental). Los creadores tienen muchas subidas y bajadas, y un día se levantan de la cama creyendo que están escribiendo la gran novela de su vida solo para caer en los infiernos al día siguiente y empezar a pensar que nada de lo que han hecho hasta el momento merece la pena; el artista suele ser pobre como una rata, porque ya se sabe que ser artista no es un trabajo de verdad; el artista no es de fiar, porque es harto conocido que la gente del mundo del espectáculo tiene una moral más bien laxa (os juro que he oído este argumento de hace dos siglos varias veces ya a lo largo de mi vida). Por eso las madres, y supongo que los padres también, tenían tanto miedo de que sus niñas se “perdieran” para siempre cuando les decían aquello de: «Mamá, quiero ser artista». El arte visto como una especie de submundo lleno de gente de moralidad dudosa y ligera de cascos, que se cree especial y se aprovecha de subsidios y de la bondad de sus amigos y familiares para no pegar un palo al agua. Parece exagerado, pero seguro que alguna vez habéis oído cosas en esta línea.
Visto esto, no me extraña que muchas veces nos cueste asumirnos como artistas, pero hay algo liberador en hacerlo al fin. La mayor ventaja para mí es que ya no necesito compartimentar mi vida, y esto quiere decir que ahora aplico la misma mirada a todo lo que hago, ya sea editar los libros de otros, escribir los míos, redactar una carta de aplicación para una agencia inmobiliaria a la hora de alquilar un piso, inventarme un ritual familiar, una canción nueva, un cuento para mi hija, cuando era más pequeña, o para preparar un regalo o una comida especial. Mi artista ya no está encerrada y circunscrita a un período concreto del día o de la semana en que la dejo salir porque puedo arañar unas horas en el estudio para escribir o para ir al local de ensayo a cantar. Ahora es libre de estar conmigo todo el tiempo, y la vida se vuelve mucho más espaciosa, divertida, rica e interesante cuando la dejo campar a sus anchas para que pueda observarlo todo, tomar notas e intervenir cuando le apetece. Acabo con una frase de un poeta chino del año 700, Li Tai-Po, que hace tantos siglos ya decía esto tan bonito y tan cierto:
“El mundo está lleno de pequeñas alegrías: el arte consiste en saber distinguirlas”.
Preciós, ARTISTA amb majúscules 🌹
Oh, Rocío, ¡pues va a resultar que yo también soy artista!!😉 Gracias por mostrármelo❤️