Recuerdo una época no tan lejana en la que me perturbaba mucho perder amistades, relaciones, vínculos. Lo vivía con angustia y, como buena perfeccionista, con culpa. En mi carta astral traigo, parece, cierta propensión a vivir cortes bruscos, repentinos. No sé si me ha pasado más veces que a la media pero sí me ha sucedido unas cuantas. La última fue a inicios de año y me ha llevado a darle una vuelta al asunto, solo para acabar volviendo a lo evidente: hay relaciones que no resisten el cambio.
Es como cuando tienes un móvil de otra época y de repente le cargas la última actualización de software. Lo más probable es que el aparato no lo soporte y deje de funcionar porque se fabricó en una época en la que ese sistema operativo ni siquiera existía. Quizá conociste a esa persona en un momento en el que tenías otros valores, otras creencias, incluso otros gustos y costumbres. A medida que vivías fuiste abriendo puertas nuevas. Tu vibración cambió. Pero quizá esa persona se quedó aferrada a la antigua, esperando sentada a que volviera a aparecer en el mismo espacio en el que os visteis por primera vez. Es posible que, como no parece verlo por sí misma, tú trates de mostrarle lo nuevo de ti. Es posible que no quiera saber nada.
Tú disimulas un tiempo por cariño, por culpa, porque te cuesta pensar que esa persona va a dejar de estar después de tanto compartido. Porque sabes, aunque prefieras no pensarlo, que va a desaparecer de tu vida en cuanto dejes de esforzarte. Haces la vista gorda, aunque con cada encuentro te sientes más sola y más triste. La soledad más fea es la que se siente al lado de alguien que antes fue refugio. Pero te esfuerzas un poco más porque ella sigue sentada en el mismo lugar, ese en el que ya solo está tu fantasma de las navidades pasadas.
Al final, un día se lo dices. Te atreves. Las palabras escapan sin control, las vomitas. Que te gustaría que se levantara de la silla y se asomara a la ventana, porque es ahí afuera, bajo el sol, el aire frío y las nubes rosadas de la mañana donde ahora estás. Que querrías que ella también saliera de esa habitación en ruinas y se alejara de las cuatro paredes que la encierran y se caen a pedazos porque su tiempo ya pasó. Que hay muchísimos lugares nuevos y preciosos en los que volverse a encontrar y tejer acuerdos y abrazos nuevos, reales. Que está el mar, está el bosque, está la montaña... Y que en todos ellos has visto pájaros de muchos tipos. En algunos has bailado. Y qué bonito sería sentarse juntas con un termo de té solo para contemplar, para escuchar los cantos y respirar profundo.
Pero no pasa lo que deseabas, sino lo que temías.
Una noche, el sistema decide cargar la última actualización sin avisar, sin pedir permiso. Te dejaste el teléfono encendido y: boom. Todo el mundo sabe que no se puede poner un software nuevo en una máquina vieja. Así que la cosa deja de funcionar en cuestión de un minuto, y tu versión fantasmal explota y desaparece como una burbuja de jabón. Contienes el aliento un segundo y luego sueltas todo el aire, aliviada porque ya no tienes que esforzarte por ser otra. Por fin puedes dejar de sujetar la puerta con el pie y ya pueden romperse las costuras que te aprisionaban.
Alguien me dijo un día que las relaciones deberían ir siempre hacia delante. Y por eso es natural que a medida que avanzamos y se mueven cosas en nuestra vida algunos amigos se queden por el camino o decidan tomar otros que van en direcciones opuestas. Eso no es necesariamente malo, al contrario. Creo que la manera que más me gusta de ver estos finales, que no dejan de tener su dificultad, es desde el agradecimiento y el reconocimiento. Por los años pasados en esa habitación que contenía la relación y que al principio no era fea ni ruinosa, sino una estancia llena de risas, aire fresco y posibilidades. Por los momentos compartidos. Por lo que sí hubo. Y con el corazón lleno de confianza y amor hacia esas otras almas que hoy nos acompañan y que no solo soportan nuestras nuevas actualizaciones, sino que las alientan y las celebran.
Gracias por leer, feliz lunes blando.
PS: hace días que tengo ganas de compartir algo personal. Me encanta escribir este blog, y a la vez, estoy empezando a sentirme un poco sola aquí. Como cuando haces un Teams de trabajo y todos te escuchan en silencio con las cámaras apagadas. Ya somos casi quinientos en esta pequeña comunidad (¡gracias!), más los espías que me leéis sin suscribiros (gracias también :)) y me gustaría conoceros mejor.
Si te gusta lo que lees, si te inspira, si te mueve algo, si estás esperando a que sea lunes para que llegue tu carta, si cuando llega el miércoles y no ha llegado empiezas a impacientarte (sois media docena los que vais preguntando cuando me retraso) me haría mucho bien saber de ti. ¿Y cómo se hace eso? Dejando un corazoncito en el post para que sepa que te gustó y/o haciendo un comentario aquí abajo. Los comentarios en privado también me gustan, pero si los compartimos nos enriquecemos todos.
Me encantará conocer tus impresiones. Gracias de antemano. Un abrazo 🩷
Querida Rocio, leerte es un viaje por una pintura familiar, cercana, donde los colores y las formas se vuelven más que arte, son un espacio donde también podemos estar los que te leemos, sintiendo también emociones y recuerdos, y llegando quizás si es posible al mismo lugar tibio en invierno y fresco en verano, donde se nos permite estar, donde nos permitimos estar para compartir como tribu una historia íntima alrededor de la fogata. Gracias
Te he descubierto gracias a Alena. Escribes tan bonito.... Y que tan cierto es lo de las amistades.