Necesitamos rituales
Empiezan los días en que muchas personas hacen balance del año, recogen experiencias y aprendizajes, se plantean propósitos y objetivos. A finales del 2023 yo también hice lo mismo y publiqué aquí esta carta a la que disteis muchísimo amor. Acabo de releerla y me han entrado unas ganas tremendas de abrazar fuerte a mi ingenua y tierna yo de finales del 23, la que creía que lo peor ya había pasado.
Lo cierto es que 2024 comenzó en caída libre, pero debo decir que está acabando con notas muy esperanzadoras. No voy a escribir aquí una gran lista de aprendizajes de este año que cerramos, porque cada vez soy más consciente de lo provisional que resulta todo, pero creo que he entendido al menos dos cosas que me parecen interesantes:
Quedarse atascado en la rabia durante mucho tiempo sin metabolizarla y transformarla en acción nos puede llevar al resentimiento, la amargura y el victimismo. Este ha sido para mí un año de transitar por todos esos áridos paisajes. He estado muy triste, sí, pero también muy cabreada. He tratado de no estarlo, sin éxito, por todos los medios y con todas las técnicas a mi alcance. Hasta que algo dentro de mí ha dicho ‘basta’. No porque no tuviera motivos para estar enfadada, sino porque he comprendido a un nivel muy profundo que tan poco funcional es quedarse estancada en la ira como desconectarse por completo de ella. ¿Que cómo me he deshecho del enfado? Aún no lo tengo del todo claro, pero estoy escribiendo un libro para entenderlo y poder contároslo y contármelo :)
Hay que quitarse de en medio. Porque sí, porque nos cuesta mucho vivir con naturalidad los procesos de cambio que suceden todo el tiempo y no podemos evitar interferir. Desembarcamos con nuestras grandes y razonables ideas acerca de cómo deberían ser las cosas, nos aferramos a ellas y sin darnos cuenta obstaculizamos el flujo orgánico de los acontecimientos. Cuando nos ponemos en medio, sufrimos. En cambio, si dejamos morir lo que tiene que morir, aunque resulte que al final el que tienes que desaparecer eres tú, o una forma vieja de ese tú, quizá duela, pero seguro que no vas a pasarlo tan mal. Es importante darse cuenta de esto porque a veces nos lo ponemos difícil sin darnos cuenta.
Y es aquí donde creo que pueden ayudarnos mucho los rituales. Una de las cosas más bonitas que he vivido este año ha sido volver a estar más en contacto con ellos. Los ha habido de todo tipo, y cuanto más los practico, más me doy cuenta de lo mucho que los necesitamos. Y es que este ha sido otro año, según los entendidos en sabidurías astrológicas o del cosmos, bien intenso y movido. No sé vosotros, pero muchas personas de mi círculo más próximo están atravesando grandes crisis de todo tipo. Yo misma me siento aún en un espacio liminal, en transición entre lo viejo y lo nuevo que quiere emerger. Y creo que es en estos momentos precisamente cuando más falta nos hace juntarnos con otros seres humanos y ritualizar. Las transiciones van a suceder de todos modos, las acompañemos o no. Pero va a ser mucho más fácil y bello si lo hacemos.
He visto mis amigos y me he visto a mí este año algunas ocasiones en ese estado semidesintegrado, entre dos orillas, con confusión, sintiendo ansiedad a veces, insatisfacción, tristeza, frustración, desconexión… Es fácil quedarse estancado o perderse en el caos y el trauma que a menudo preceden a una gran transición. Entonces nos sentimos muy solos y perdidos, y puede que nos agarremos a lo conocido, a nuestro antiguo yo y a sus viejas maneras de hacer y de ver. Y como eso ya no sirve, no hacemos más que estorbar y dificultar aún más el proceso, aumentando así el sufrimiento. Es en esta fase cuando estamos dentro del túnel o del bosque oscuro, pues la liminalidad siempre se da en un espacio de tinieblas, cuando un conocimiento profundo de nosotras mismas quiere emerger. Esa estancia en la oscuridad es lo que permite que suceda la alquimia que nos rompe en pedacitos y nos obliga a renacer en una nueva versión más integrada. Todo esto puede ser difícil y doloroso, pero no tenemos por qué hacerlo solos. Necesitamos al otro, a la comunidad, a la red. Nos necesitamos.
Crear o participar en un ritual quizá no cambie demasiado ciertos aspectos de la realidad física que experimentas, pero en el espacio emocional, espiritual y energético los rituales tienen una enorme importancia. Nuestra sociedad ha borrado del mapa rituales de paso muy importantes, como por ejemplo la entrada de las mujeres en la maternidad o el paso de la adolescencia a la edad adulta, y tantos otros, pero nuestras células aún los recuerdan, los reclaman y los anhelan. Los rituales nos ayudan a dar significado a momentos clave de la vida, nos regalan ritmo, nos sincronizan con la naturaleza que somos y ofrecen recordatorios acerca del sentido y el propósito de lo que vivimos. Como dice Starhawk en su libro La danza en espiral:
“Los rituales afirman los patrones comunes, los valores, los gozos compartidos, los riesgos, las penas y los cambios que mantienen unida a una comunidad. Los rituales vinculan a nuestros ancestros con nuestros descendientes, a aquellos que llegaron primero con los que vendrán después de nosotros”.
El viernes pasado en Trika vivimos un ritual de Solsticio muy potente, guiado por Anna Cañellas y basado en la reinterpretación del mito de Perséfone. Encarnando sus peripecias pudimos experimentar esa entrada en el túnel, en la oscuridad, en el espacio liminal de encuentro profundo con nuestra esencia encarnada en su antigua forma, que desea morir, para emerger al final del viaje de transformación habiendo integrado lo luminoso con lo aprendido en las tinieblas.
Sé que esta semana es Navidad, y aunque nuestras tradiciones en general nos llevan por otros derroteros y nos alejan de la sabiduría perenne, más ligada a la naturaleza y a sus ciclos, estos días pueden ser una oportunidad para, de alguna manera, regalarnos un pequeño ritual que nos recuerde el verdadero significado de las largas noches de invierno, de la oscuridad, de la introspección, de la quietud y la valentía necesarias para permitir que suceda la transformación. Para no perder la confianza en que al final del túnel volveremos a encontrarnos con la luz, con la flores y los frutos sabrosos de lo nuevo que tanto desea nacer en nosotros.
Felices fiestas.
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